El invitado amargo

A Vicente Molina Foix se le ocurrió la idea. Es novedosa y no siempre posible. Contar una historia de amor y desamor a cuatro manos. O sea, uno de los protagonistas escribe su versión en un capítulo y el otro en el siguiente, alternándose. Vemos los puntos de vista de los dos hombres que vivieron esa historia (1981-1983) hoy suficientemente lejana. Vicente Molina es bien conocido, el otro es el poeta alicantino también, Luis Cremades, que no ha tenido –parece– demasiada suerte en la vida.

Yo soy un extraño lector para este libro sin duda interesante, porque fui la persona que presentó a los dos amantes y viví (u oí) casi todo muy de cerca. El libro es un logro en su idea básica (análisis del amor y de los celos) y también un logro –sobre todo en Molina, más experto– en las excursiones memorialísticas que ambos hacen a historias, personajes o situaciones que, varias veces, tienen menos que ver con el meollo.

Como el libro me ha gustado mucho, puedo decir mejor mis dudas. Lo mejor: el análisis y recuento del amor, de las infidelidades de ese shakespirianoInvitado amargo (Anagrama) que son los celos y hasta el fuerte desamor y casi rencor del mayor (Molina). Es decir, uno echa en falta aún más análisis y pese a que estén bien escritas y adornen, cree que hubiera sido mejor adelgazar las excursiones foráneas, por ilustres o trágicas que a veces sean, de Benet a Savater, por ejemplo...

El lector comprende pronto –pero a toro pasado, lo que excusa a los protagonistas– que están en una relación imposible, claramente llamada al fracaso. Molina (maduro) busca un amor, el verdadero amor, aunque a veces sea egoísta, ¿qué enamorado no lo es? Pero Cremades (joven) busca un maestro, alguien que le guíe y enseñe –suele aparecer como inseguro– pero con la libertad, muy de la época, de probar la fruta del cercado ajeno. Hay momentos de plenitud y muchas suspicacias que terminan rompiendo lo que nunca se ató bien, porque era imposible.

Es grato el retrato de Aleixandre –para quienes lo conocimos bien– como tenaz defensor de las parejas «epénticas», en voz de origen lorquiano, homosexuales. Al fin, uno diría que el tiempo ha borrado las heridas que –en Molina especialmente– fueron amargas. Insisto, ése es el lado mejor de este libro dual: el desnudamiento de la pasión amorosa y su caída hasta la inquina.

En tal camino, el libro deja casi con hambre. El conjunto resulta óptimo, incluso en el menos avezado Cremades que cuenta sobriamente su enfermedad, sin autocompasión. A mí me pinta mal en una escena inicial falsa, sin duda porque lo desdeñé y se lo pasé a otro. Miente. Él se me rindió con armas y bagajes, pero las armas eran chicas y los bagajes estaban por venir.

Lógico que me riña, feo que mienta, ojalá no haya otras mentiras en su parte. Pero es minucia en un libro grande, atractivo y original. Deconstruir un amor real e imposible. Gloria y daño. Belleza de la búsqueda interior, incluso airada y paseo sólo por los adornos circunstantes. En cualquier caso, una obra singular y distinta. Con garra.